El Málaga se pasea por la Liga como un grande.
Antonio Tapia va a tener que ponerle un paraguas a sus jugadores y de paso comprarse uno él mismo. "Abstraernos", lo llama él. Porque la lluvia de elogios que le está cayendo al Málaga es imparable. También irrechazable. No puede sonar presuntuoso que algunos jugadores consideren que su fútbol sólo está por detrás del que fabrica el Barça de Guardiola. Empieza a ser una opinión generalizada, especialmente por los medios económicos de los que dispone el club blanquiazul.
De momento, no tiene rival. Especialmente porque sus partidos en los grandes estadios han sido sonados. En el Bernabéu perdió 4-3 después de adelantarse tres veces en el marcador. En San Mamés, hace un par de semanas, le sucedió lo mismo: 3-2 después de tomar dos ventajas. Y en Valencia fue perdiendo por pura casualidad. Dinámico, fresco, eléctrico, combinativo, limpio, ordenado. Sólo pueden decirse cosas buenas del Málaga, al que esperan quince jornadas apasionantes.
Ha comprendido que está en la élite y que, con humildad, Europa es posible. El empate del Atlético deja al Málaga séptimo (plaza UEFA si el Sevilla gana la Copa) con los mismos puntos que los rojiblancos. Villarreal y Valencia están dos puntos por delante. Por debajo, el Depor a uno. Cinco equipos para dos (o tres) plazas. Y el Málaga en la pomada. Y ambición. Tapia lo demostró el año de su vuelta de Champions. Y sus jugadores tienen hambre. Y su afición, más.
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